Él sabe que sería raro que alguno de sus amigos le retiraran la palabra o dejan de tomar café con él. Profesionalmente, seguirá siendo el mismo y en ningún momento se cuestionará su idoneidad para el puesto que desempeñe “por sus cosas de pareja”. El maltratador agrede porque sería raro que alguien en su familia se lo recrimine.
La sociedad acaba culpando del maltrato a las victimas, que rara vez encuentran comprensión. Lo más seguro es que se enfrente a las críticas de “¿cómo has aguantado tanto tiempo?” o incluso a semiveladas acusaciones “la culpa es tuya por consentirle”. De hecho, la presión social contra las mujeres ha conseguido también que, en la mayoría de los casos, la víctima esté avergonzada, encerrada en su casa sin contar nada de lo que le ocurre con su pareja ni a sus familiares ni a sus amigos mientras el agresor lleva una agradable vida social.
Nuria Varela. Íbamos a ser reinas.
Montehermoso
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