Un año más comenzamos este manifiesto contra la violencia de género recordando a las mujeres que han sido asesinadas por aquellos que en principio debían haberlas querido y respetado. Recordamos también a esas mujeres que, sin haber sido asesinadas, permanecen en el silencio sufriendo violencia por parte de quienes son o fueron sus parejas. Millones de mujeres tienen destruida su autoestima por parejas que les recuerdan cada día que no sirven para nada.
A diferencia de otros años, en los que guardamos un minuto de silencio para recordar a las víctimas, en esta ocasión queremos hacer mucho ruido en contra de los maltratadores. Queremos que se oiga el desprecio que la sociedad les profesa. Repudiamos a quienes se creen superiores, a los que ejercen control sobre la vida de sus compañeras, a los que creen que las mujeres son una simple propiedad a la que manipular; a los que para demostrar y mantener su superioridad utilizan la violencia sobre quienes consideran más débiles.
El silencio nunca debe ser la respuesta a la violencia machista ya que favorece al maltratador, le otorga poder, le hace incuestionable y lo mantiene en un poder invisible pero abrumador que justifica su conducta. Con el silencio, la sociedad se vuelve encubridora de un delito en el que se sigue culpabilizando a la víctima. En ningún otro delito la conducta del agresor recibe tantas justificaciones, en ninguno se responsabiliza a la víctima excepto en la violencia de género.
El silencio ante el maltrato, la comprensión al maltratador y la culpabilización a las mujeres que sufren la violencia en sus relaciones son el caldo de cultivo para que este delito continúe aumentando sin encontrar barrera a su paso.
Y sigue creciendo. El recuento anual de muertas por violencia machista ya ha crecido respecto al año pasado. Esto sucede porque hay una mayor concienciación social del problema y los malos tratos cada vez salen más a la luz.
Hacer una realidad más visible nos debe orientar a combatirla más eficazmente, para que todas esas mujeres que cada año pierden su vida dejen de ser un número aislado y se conviertan en una realidad aplastante. Para que su vida siga valiendo para otras y para que generaciones venideras puedan acabar con esta lacra. Para ello es necesario educar en la igualdad, en el respeto y en las relaciones sanas. Pero además, es necesario aislar socialmente a quien maltrata porque el silencio nos hace cómplices.
Por estas razones hoy pedimos el desprecio visible a los maltratadores. Este ruido, y esta pitada es hoy y cada día, nuestra condena a la violencia machista.
Saquemos la tarjeta roja al maltratador.
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