En 1537 se embarcó en el puerto de Cádiz hacía las Indias en el barco de Manuel Martín, acompañada de una sobrina. Procedía de Plasencia, Extremadura. Se había casado en Málaga, y posiblemente había enviudado antes de partir. Era analfabeta, pero tenía ambición y sabía dirigir sus asuntos.
Fue la primera española en pisar suelo chileno. Pero sólo alcanzará notoriedad como amante del conquistador Pedro de Valdivia. No se saben los detalles del primer encuentro entre los dos, posiblemente ocurrió en Perú donde Inés Suárez había desembarcado y donde Valdivia, nombrado Maestre de Campo de Pizarro, había sido requerido para reprimir las revueltas que sacudían el país.
Fue la única mujer española que participó en la expedición de 160 hombres que se llevó a cabo en 1540: once meses a lo largo de la costa, padeciendo a través de tierras hostiles. Durante la travesía de Atacama, ella sufrió hambre y sed en un suelo yermo, sin vegetación y sin agua, barrido por vientos helados. Inés salvó a los hombres de la sed que les atenazaba enviando a un indio a excavar en la tierra donde pensó que podían encontrar agua. Los soldados sedientos pudieron saciarse. Tomó parte en la fundación de Santiago en 1541.
El prestigio de Inés aumentaba cada día: había curado a los heridos y era una mujer devota. También aprendió a leer y a escribir. No dudó en fundar ermitas y en improvisar la decoración de los altares religiosos.
Inés creó alrededor de P. Valdivia una verdadera red de espionaje. Estaba al corriente de los más pequeños intentos de conspiración. El 11 de septiembre de 1541 Inés se hizo famosa en la defensa de Santiago, que acabó, no obstante, con la destrucción total de la ciudad de Santiago.
Los indios atacaron al alba; los españoles habían hecho prisioneros a siete jefes indios. Cuando éstos intentaron ponerse en contacto con los asaltantes, Inés Suárez propuso una solución radical: que los ejecutaran. Ante las dudas de quienes tenían que ejecutarlos, al considerar que podían utilizarse como moneda de cambio, Inés “los mató con vil coraje digno de Rolando o del Cid”, nos dice el cronista Mariño de Lobera.
Inés ordenó que se mostraran las cabezas de los caciques a los indios, para minar el valor de estos últimos. Pero la batalla se hizo más feroz. Inés se puso una cota de malla y bajó a arengar a los soldados. Le dio ánimos y cuidó sus heridas. Aunque el fuerte había resistido, la ciudad quedó destruida e incendiada por los indios. Inés salvó, por muy poco, un gallo y una gallina y una pareja de cerdos, que permitieron sobrevivir a la guarnición, mientras se reconstruía la ciudad a partir de la nada.
Para Mariño de Lobera Inés puede comparase a las grandes heroínas de la Antigüedad. Pero esa dimensión épica es apreciada también entre los indios. El jefe indio Michimalongo reconoció personalmente el valor de esta mujer, cuando en signo de paz le ofreció una pluma mágica. Las plumas son los bienes más preciados a ojos de los indios. Inés, por su parte, envió al jefe varias joyas, peines, tijeras, cuentas de cristal y un espejo.
Nombrado Pedro Valdivia gobernador, se le obligó a apartarse de Inés Suárez.
Esta se casó con el capitán Rodrigo de Quiroga, que llegó a ser gobernador de Chile, pero cuando Inés había muerto. La presencia de esta mujer se pierde en el tiempo, sólo se sabe que cedió unos terrenos que le pertenecían en Santiago para la fundación de la Iglesia de Nuestra Señora de Montserrat, en el año 1550.
(Delamarre, C. y Sallard, B.: “Las mujeres en tiempos de los conquistadores”. Planeta. 1994).